Si alguien me hubiera dicho: “vas a ser ciclista a los 45”, me hubiera reído a carcajadas. Bueno, déjame contarte mi historia.
De hecho, tenía 45 años y acababa de ser diagnosticada con diabetes tipo 2. Un mes o dos después, me mudé a San Diego —si quieres saber más sobre esa historia, checa mi primera entrada del blog “¿Qué harías si no tuvieras miedo?”, está bastante buena si me permites decirlo. En fin, acababa de mudarme a San Diego y estaba en proceso de mejorar mi alimentación. Ya estaba tomando medicamento para la diabetes, lo cual también me ayudó a bajar mucho del peso que gané durante esos terribles cuatro años y medio de universidad. Acababa de terminar mi último semestre, así que por fin podía enfocarme en mi salud, un poco tarde si me preguntas. Pero bueno, ¡más vale tarde que nunca!
Esos años trabajando tiempo completo y estudiando tiempo completo no ayudaron nada a mis hábitos alimenticios. De hecho, estaba tan estresada, tan cansada de sentirme agotada y tan infeliz, que la dieta era lo último en lo que pensaba. Nunca pensé en las consecuencias de ese tipo de prioridades. Primero el trabajo, después la escuela, lo demás, ¡qué importa! ¡Tengo que ocuparme de estas dos cosas y hacerlo bien! Literalmente les preguntaba a mis profesores: “Necesito entender, ¿por qué un 99.5 y no un 100 este semestre?” Como si fuera el fin del mundo. En mi defensa, estaba sumamente estresada y agotada. ¡Sentía que todos mis esfuerzos merecían un 100 siempre!
Mientras progresaba con mis hábitos alimenticios, no pensaba en hacer ejercicio, porque la dieta y el medicamento estaban funcionando. Además, estaba trabajando 40 horas a la semana, en vez de 48 (como en México), me sentía mucho más relajada, ¡me sentía normal! Así que, en ese momento, ni siquiera contemplaba hacer ejercicio. Luego, una amiga del trabajo me habló de un evento de ciclismo en el que la empresa participaba cada año. Decidí participar como voluntaria. Convencí a mi hermana mayor de que viniera conmigo. ¡Fue tan divertido! A pesar de despertarnos a las 4:00 AM, la actividad, la alegría, el ambiente, ¡me encantó! Se respiraba felicidad, logros y no sé qué más, pero se sentía muy bien. Lo disfruté muchísimo.
Al año siguiente, un amigo me dijo: “esta vez deberías rodar tú”. Me reí. No había montado una bici desde que era niña. Bueno, tal vez una vez cuando estaba casada. Pero esa es otra historia, y no muy bonita. El caso es que ni siquiera tenía una bicicleta. Mi amigo estaba tan empeñado con los entrenamientos en equipo y lo fácil que sería, que no dejaba de insistir. Estábamos en medio de una auditoría (cosas de la industria médica), esperando en una sala de juntas a que los auditores pidieran documentos. Mi jefa estaba sentada a mi lado cuando mi amigo seguía insistiendo en que participara. Cuando él no estaba mirando, mi jefa me susurró algo como: “dile que sí para que se calle”. Supongo que ya la estaba hartando.
Así que dije que sí. Inmediatamente le mandé un mensaje a una de mis sobrinas y le pregunté si lo haría conmigo. Su respuesta fue: “pero no tengo bici”. Ese fin de semana fuimos a Walmart y nos compramos bicicletas, ¡sí, bicis de Walmart! La mía era verde y se veía tan brillante. Empecé a “entrenar” para el evento con una amiga que tuvo muchísima paciencia conmigo. No podía rodar más de medio kilómetro sin detenerme a recuperar el aliento, y no más de dos kilómetros sin sentir que me iba a desmayar. Pero por alguna razón era tan divertido y se sentía como un reto tan grande, que seguí haciéndolo. Íbamos al lago Miramar (en San Diego) un par de veces por semana para hacer la vuelta de 5 millas cada vez. Además, empecé a unirme a las rodadas después del trabajo. Me hice un poquito más fuerte cada vez, ¡sin siquiera darme cuenta!
Unos meses después, me sentía más segura en la bici y un poco más fuerte, así que decidí mejorar mi equipo. Compré mi segunda bici. Una híbrida color plata, bonita y más ligera que mi bici verde de Walmart. ¡Las subidas ya eran mis amigas! No podía creer que después de solo unos meses de entrenamiento super divertido —y una recuperación de cirugía de por medio— logré completar la ruta de 40 kilómetros en el evento Padres Pedal the Cause en noviembre de 2018 con mi bici plateada. Y también dejé el medicamento para la diabetes. Ya no lo necesitaba.
El siguiente año, una querida amiga ciclista me prestó una bici que ya casi no usaba. ¡Y no era híbrida! Era una bici de ruta de verdad, tan ligera que no lo podía creer. Hacía una diferencia enorme. Me di cuenta de que todo el esfuerzo en mis bicis anteriores había rendido frutos. Mi cuerpo se hizo tan fuerte con esas bicis pesadas, que ¡empecé a amar las subidas aún más! Esta bici me hacía mucho más rápida y feliz. Aunque en las rodadas en grupo siempre iba persiguiendo al equipo, era un reto increíble que me hacía sentir realizada y me empujaba a mejorar cada vez. No lo sabía en ese momento, pero me estaba haciendo más fuerte con cada persecución.
Con la ayuda de uno de los ciclistas más experimentados del grupo, finalmente me compré mi propia bici de ruta. Una espectacular y hermosa LIV Langma negra con dorado, ¡que todavía uso hoy! Cada vez que la monto me siento fuerte, ligera y sobre todo, ¡libre! El ciclismo se volvió parte de mi vida, honestamente no sé qué haría sin él. Ahora vivo en Tucson, Arizona, donde el calor del verano puede ser un reto, pero eso no me impide hacer rodadas en Zwift (en casa). No son lo mismo que salir a rodar al aire libre, pero igual me dan la satisfacción de montar mi bici. Recientemente tuve que volver al medicamento para la diabetes, pero eso no me ha impedido rodar por diversión, disfrutar la naturaleza, las increíbles montañas de Tucson y sentirme realizada después de cada subida, empinada o no, ya sea en casa o al aire libre. Recientemente retomé grabar mis aventuras en bici, mis viajes ciclistas, y compartirlos en YouTube. Si tienes tiempo, checa mi canal: https://www.youtube.com/@lifeisabeautifulride
Así que, si sientes que no eres capaz, que no eres lo suficientemente fuerte, o que “ya estás vieja(o)”, o que la meta se siente imposible, respira, relájate y piénsalo otra vez. Todo somos capaces, fuertes, y podemos hacer cualquier cosa que nos propongamos. Tal vez no me convierta en ciclista profesional ni gane carreras, pero ¿a quién le importa? Me encanta rodar y disfrutar los paisajes hermosos, conocer gente con los mismos gustos. Después de todo, la vida es una hermosa rodada, ¿no crees?
Si disfrutaste esta lectura, déjame un comentario o un like. ¡Lo agradeceré muchísimo! ¡Nos vemos en la carretera o en Zwift!
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