¿Qué harías si no tuvieras miedo? 

 La frase estaba en un enorme letrero en el lobby del edificio de Facebook en Dublín, Irlanda. Se me quedó grabada desde entonces. Pero empecemos desde el principio. 

Tuve mi primer trabajo formal a los 15, casi 16 años. Había sido empleada en el mundo corporativo durante más de 29 años. Tenía 45 años, estaba en mi último semestre de la universidad —sí, regresé a la escuela a los 40, pero esa es otra historia— y decidí llevar a mi mamá a Europa. Ella tiene diabetes y está perdiendo la vista poco a poco. Yo ya había estado en Irlanda y quería que ella conociera la belleza de ese país tan increíble. Terminamos pasando casi un mes completo en Europa: dos semanas en Irlanda y dos semanas en Italia. Recuerdo que pedí dos préstamos y vendí mi carro para poder pagar el viaje. 

Mi amiga, que vive en Dublín, trabajaba en Facebook en ese entonces, y nos invitó a comer en las oficinas. Resulta que los empleados podían llevar invitados a comer ¡y gratis! Aunque la comida era excelente, no fue lo que más me impresionó. Lo que realmente me llamó la atención fue el enorme letrero en el lobby: “¿Qué harías si no tuvieras miedo?”. Fue el empujón que necesitaba para hacer algo que había querido desde hace mucho tiempo: irme de México. 

Un poco de contexto. Mi familia y yo nacimos en la Ciudad de México. Mi papá solía llevarnos de viaje por carretera a lugares cercanos como Puebla, Querétaro o Michoacán. Tal vez a otros lugares también, pero esos son los que recuerdo. Me encantaban esos viajes. Íbamos por un día o unas horas para hacer un picnic o a veces por un fin de semana. Ahora que lo pienso, se sentía como recargar baterías, no solo del cuerpo, sino también del alma. Recuerdo claramente la enorme felicidad de llegar a un hotel, darme una ducha después de un día divertido, y acostarme en una cama grande, limpia, con sábanas tan bien metidas que era difícil sacarlas. No recuerdo sentirme triste cuando el viaje terminaba. Me sentía feliz porque había sucedido. Era demasiado joven para entender por qué me sentía así. Creo que todavía no lo entiendo del todo. 

Cuando tenía 6 o 7 años, mi papá, dos de mis hermanos y un amigo fueron víctimas de un asalto violento mientras se quedaban en una casa que mi tío usaba como bodega, ya que hacía negocios en la ciudad. El miedo, la impotencia y la desesperación que sintieron empujaron a que mi papá hiciera algo que mi mamá jamás pensó posible: mudar a toda la familia fuera de la Ciudad de México. Nos fuimos a Morelia, una hermosa ciudad colonial en el estado de Michoacán. Vivimos allí durante dos años. La vida era muy buena. Mi hermana menor y yo caminábamos solas a la escuela —sin miedo, sin preocupación. Pasábamos junto a un zoológico todas las mañanas ¡Era increíble! Era un gran ambiente, un lugar muy especial para criar a una familia. Mis dos hermanos mayores, que ya estaban casados, también mudaron a sus familias a Morelia. Toda la familia vivía en la misma ciudad. 

Y bueno, creo que ahí comenzó mi amor por los viajes —con esas salidas en carretera primero, y luego con la experiencia de mudarnos a un lugar nuevo, empezar de cero en un entorno totalmente distinto. ¡Gracias, papá! 

Siempre me ha parecido fascinante conocer lugares nuevos, personas nuevas, aprender otras formas de vivir, experimentar distintas culturas, diferentes idiomas, diferentes vidas. Empecé a viajar en cuanto pude pagarlo. ¡Iba a donde fuera! A visitar a una amiga en Ohio, a una boda en Colorado. ¡A donde pudiera, iba! Y ese viaje a Europa con mi mamá fue uno de esos. 

Después de esa comida con mi amiga, regresamos al hotel y justo después, bajé al lobby para buscar trabajo en Dublín. Sí, me hice esa pregunta una y otra vez en el camino de regreso: “¿Qué haría si no tuviera miedo?”. Y la respuesta fue: “Me mudaría a Irlanda”. Encontré una vacante en Trinity College. Había una opción para contactar al responsable de contratación antes de aplicar, así que lo hice. Le pregunté: “Si me contratan, ¿patrocinarían una visa de trabajo para mí?”. Me respondió al día siguiente. Me dijo que sí, y que le enviara mi currículum. En resumen, fue muy amable al decir que mi currículum se veía muy bien, pero que no tenía suficiente experiencia para ese puesto. Eso no me quitó las ganas de mudarme a Irlanda. Al contrario, pensé: esto sí es posible. Y eso era todo lo que necesitaba: la posibilidad. 

Cuando regresamos a Tijuana, donde vivíamos, seguí buscando ofertas de trabajo cada semana en Irlanda y en otras partes de Europa. 

Cuatro o cinco meses después, recibí una llamada de una persona que había conocido años antes. Trabajaba en Estados Unidos, en el corporativo de la empresa en la que yo trabajaba. Me preguntó si me interesaba aplicar a un puesto en la oficina de San Diego, en California. Y así empezó la aventura. 

Creo que el Universo me escuchó porque tuve fe. Ni siquiera era consciente de que era fe. Simplemente estaba segura de que era posible. Creo de verdad que Dios, el Universo, o quien sea que esté allá arriba, cuando ve que estamos listos y tenemos fe —aunque no lo parezca—, extiende la alfombra roja. A veces nuestros sueños se cumplen en formas inesperadas, no como las imaginamos. Pero el mío se hizo realidad: salí de México. Sí, me dieron el empleo —a los 45 años y con una visa de trabajo— y me mudé a San Diego. No tenía miedo. O tal vez sí, pero lo hice de todos modos. 

Fue increíblemente emocionante buscar departamento, hacer las preguntas más tontas al encargado de los departamentos, ¡aprendí todo desde cero! Antes, cruzábamos la frontera para ir de compras, a la playa o a cenar —éramos excelentes turistas. Pero vivir ahí era otra historia. Siento que aprendí muy rápido. Hice muchas preguntas —no solo al encargado del departamento, también a la compañía de celular, a Recursos Humanos, a mi futuro jefe… fue una locura muy divertida. 

Tenía una compañera de trabajo que también venía de la planta en México. Ella consiguió un puesto en San Diego unos meses antes que yo, pero no se había mudado. Viajaba todos los días de una hora a hora y media en carro, cruzando la frontera todos los días. Un día me preguntó: “¿Cómo le hiciste? ¿No te dio miedo dejar México y venirte a vivir acá tiempo completo?” Lo pensé por una milésima de segundo y le dije: “No”. 

Esa pregunta no solo me inspiró a cambiar de país; me sigue inspirando todos los días. 

Cada vez que enfrento algo que me da miedo o incertidumbre, regreso a esa frase: “¿Qué haría si no tuviera miedo?” 

Así fue como empecé a andar en bicicleta. Al principio me intimidaba —la condición física (o la falta de ella), el equipo, las carreteras, las subidas— tenía miedo, pero actué como si no lo tuviera. 

También por eso empecé mi canal de YouTube @Lifeisabeautifulride. Exponerme al mundo, compartir mis aventuras, salir en cámara… aterrador por cierto. Pero también emocionante. Y ahora, aquí estoy, empezando un blog. No sé a dónde me llevará, pero sí sé una cosa: 

Lo haré como si no tuviera miedo. No dejaré que el miedo decida por mí. 

Y ahora yo te pregunto a ti, sí a ti: ¿Qué harías si no tuvieras miedo? 






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